Dolor y Gloria: la importancia de perdonarse para seguir adelante

Dolor y Gloria: la importancia de perdonarse para seguir adelante

Sesenta años de vida es un gran logro. Objetivamente, ya no somos jóvenes, nuestro cuerpo cede más fácilmente a los ataques y luchamos cada día contra las enfermedades físicas y mentales, sobre todo si no hemos cerrado las cuentas con el pasado y con ciertos fantasmas que llevamos consigo.

No importa si eres hombre o mujer, esa confusión interior nos pertenece por igual y va más allá de las diferencias de género. La nostalgia de un gran amor que fue o la falta de un padre extinto, sobre todo si se trataba de una madre granítica, omnipresente y "devoradora de niños", nos atenaza e inhibe nuestra respiración y, quizás, hasta tragar. La adicción a una droga o más simplemente a sustancias tóxicas como el humo del cigarrillo sin la cual parece que nos volvemos locos y perdemos el poder de la razón, es más fuerte que cualquier moralidad sana.

Esa mirada triste, apagada, esa parada inmóvil recibiendo golpes y bofetadas, físicas y morales, porque así parecemos reparar los agravios infligidos es un estado del alma que paraliza nuestro cuerpo y nuestra vida; si él es el que se hace cargo, estamos jodidos. Si, por el contrario, nos aferramos a ese deseo inconsciente y loco de vivir, apoyados adecuadamente con la ayuda de nuestros seres queridos y médicos cuando sea necesario, podemos transformar el agarre que tenemos dentro en un río que nos libera y nos aligera.

Todo se derrite y se vuelve más ligero, todo se enfoca correctamente y el camino que hemos recorrido y, quizás, el camino a seguir parece más despejado.

Si, finalmente, todo esto lo dice Pedro Almodóvar, todo se vuelve poesía y nosotros mismos somos capaces de poner nombre a esos sentimientos o remordimientos que llevamos dentro y que nos gustaría dejar ir.

Dolor Y Gloria distribuido por Warner Bros, última e indiscutible obra maestra de nuestro querido director español, es una narrativa plena, madura, liberadora y adecuada para un público “adulto” desde un punto de vista sentimental. Aunque habla de sí mismo y ha llamado a su protagonista Salvador Mello (Antonio Banderas) director de renombre, ciertamente homosexual y con demasiados vicios, nos habla a todos.

En efecto, hay más: habla de todos nosotros y de esa necesidad de reconciliarse con uno mismo y con todas aquellas personas que han sido parte integral de nuestra vida, para bien o para mal. Como, por ejemplo, con Alberto (Asier Etxeandía), el protagonista de una de sus películas más exitosas que él mismo no quiso al estreno de la película porque era drogadicto, aunque, más tarde, el propio Salvador cayó en la espiral de las drogas, pero que al final el director rehabilitará como artista. ¿Alguna vez te has disculpado con alguien con hechos antes incluso con palabras?

Al igual que con Federico (Leonardo Sbaraglia), el amor de su vida, desapareció repentinamente que reencuentra después de veinte años y con el que necesita conformarse definitivamente, con la cabeza y el corazón. ¿Alguna vez ha experimentado este paso como absolutamente necesario para archivar permanentemente una historia y dejar espacio para lo nuevo?

Como, finalmente, con Jacinta (Penélope Cruz) su querida, omnipresente y monolítica madre que en la práctica también actuó como su padre, su primer mentor y juez, dispuesto a hacer cualquier sacrificio por su hijo pero muy intransigente y sombrío hacia él; tanto como para generar y continuar una relación de subordinación y autoritarismo incluso cuando Salvador es un adulto, determinando siempre un sentimiento tumultuoso y conflictivo del que es difícil liberarse aunque se quede huérfano.

¿Cuántos todavía tememos la mirada y el juicio severo y riguroso de la madre o el padre, frente al cual nos convertimos en corderitos y somos conscientes de que todavía dependemos en gran medida de su consentimiento?

No somos capaces de dar respuestas seguras y decisivas, pero sabemos que en algún momento de nuestra vida se enciende una luz y hay un impulso más fuerte que nosotros de que se pueda detectar a nuestro mejor amigo, pero también al peor de los verdugos: conciencia. Nos damos cuenta de que no hemos crecido del todo y que debemos hacerlo, que ha pasado el tiempo, que no podemos vivir de los recuerdos y que siempre podemos intentar remediar algunos errores cometidos.

El secreto es siempre el mismo y se aplica a cualquier edad: perdónate, absuélvete y sigue adelante porque el último cuadro de nuestra vida o una fase de la misma puede ser el más bonito y el más sorprendente, como en Dolor Y Gloria.

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